sábado, 8 de mayo de 2010

-Sartre-

El existencialismo ateo que yo represento (...) declara que, si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre o, como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia. El hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo. Es también lo que se llama la subjetividad, que se nos echa en cara bajo ese nombre. Pero ¿qué queremos decir con esto, sino que el hombre tiene una dignidad mayor que la piedra o la mesa? Pues queremos decir que el hombre empieza por existir, es decir, que empieza por ser algo que se lanza hacia un porvenir, y que es consciente de proyectarse hacia el porvenir. El hombre es ante todo un proyecto, que se vive subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una podredumbre o una coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo inteligible, y el hombre será, ante todo, lo que habrá proyectado ser. No lo que querrá ser. Pues lo que entendemos ordinariamente por querer es una decisión consciente, que para la mayoría de nosotros es posterior a lo que el hombre ha hecho de sí mismo. Yo puedo querer adherirme a un partido, escribir un libro, casarme; todo esto no es más que la manifestación de una elección más original, más espontánea de lo que se llama voluntad. Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable de lo que es; yo opino que es real el motivo o causa del ser.

-Schopenhauer-

(...) a él ya nada le puede agitar, pues ha cortado los mil lazos con que la voluntad nos ata a la tierra y que bajo la forma de concupiscencia, de miedo, de envidia o de cólera, nos conmueve en todos sentido. Contento y risueño mira ya esos espejismos terrenales que antes tanto le conmovían y agitaban y que ahora le dejan indiferente, como las piezas del ajedrez después de la partida, o como los trajes de máscaras arrojados por la mañana en el guardarropa después de haber palpitado bajo ellos la noche de carnaval. La vida y sus formas flotan ante nuestros ojos como sombras fugitivas, como ante los del durmiente al despertar flota el ensueño ligero de la mañana a través del cual se dibuja ya la realidad y que por lo mismo no puede engañarle. Al igual que este ensueño, la vida misma se desvanece suavemente.

jueves, 22 de abril de 2010

-...Deseos...-

- A cierta edad, un poco por amor propio, un poco por picardía, las cosas que más deseamos son las que más fingimos no desear.  Marcel Proust

- Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama  se desea, ni todo lo que se desea se ama. Cervantes

- Sólo es inmensamente rico aquel que sabe limitar sus deseos. Voltaire

- Lo mucho se vuelve poco con sólo desear otro poco más. Quevedo

- Sólo hay una fuerza motriz: el deseo. Aristóteles

- Disminuye el deseo de todas las cosas cuando la ocasión es demasiado fácil. Plinio "el Joven"

- El deseo nos fuerza a amar lo que nos hará sufrir. Marcel Proust

- No se desea lo que se desconoce. Ovidio

- ¡Mi único deseo es conocer el mundo y las comedias que en él se representan!.  Descartes

miércoles, 21 de abril de 2010

-Difuso Aroma...-

Amaneció nublado y entraba por la ventana, cuyas cortinas se habían quedado sin correr, una luz fría. Dormía Yamam casi atravesado sobre la cama. Acaricié su pecho, que con la respiración subía y bajaba; pasé mis dedos por los pezones de sus tetillas: él sonrió en sueños y temblaron sus largas pestañas; seguí sus clavículas, que iban desde el hundido vértice del cuello hasta el hombro, sus costados que se ondulaban sobre las costillas, su ombligo... Nunca había visto el ombligo de Ramiro, o nunca me había interesado verlo; deposité un beso en el de Yamam, después de olerlo. Restregué mi mejilla contra su vello púbico; el pene yacía a un lado del escroto, en medio de los muslos entreabiertos. Descendí hasta un tobillo que brillaba en la parte más delgada de la pierna y llegué al pie, apenas deformado por los zapatos, con el dedo segundo más largo que el primero, como las estatuas griegas, con un empeine más alto de lo común, con una planta endurecida que rocé con la palma de mi mano... Después del amor y de la noche, olía su cuerpo a él. Su piel, ni demasiado fina ni demasiado clara, exhalaba un olor sano a sudor; sus ingles tenían un húmedo olor a semen que me recordaba al de las flores de la acacia; sus pies olían a algo levemente ácido, a punto de corromperse, pero no corrompido; sus sobacos, a esas charcas donde las hojas se amontonan en otoño. Me pregunté cómo somos tan insensatos que sustituimos estos olores naturales por otros idénticos que los disfrazan, y acerqué por fin mi nariz hasta su boca. Estaba entornada y salía por ella un aliento que respiré durante largo rato, sin tocarla con la mía para no despertarlo... Se me ocurrió que quizá era un sentimiento de ternura el que me hacia acercarme a aquel cuerpo dormido. No; no era la ternura: era el agradecimiento, la imperiosidad de conocerlo todo de él -todo lo que no engaña en un durmiente-, la profesionalidad del guerrero, que, entre una y otra batalla, pule y limpia y revisa las armas de las que dependerá pronto su vida...

lunes, 19 de abril de 2010

-Diario d 1 Sclava-

La puerta se cerró con un golpe sordo que hizo que me estremeciera, no de temor ni frío, sino de una confusa expectación. Poco a poco la difusa figura de mi amo se hizo más nítida al entrar él en la habitación. Era tal y como lo recordaba, alto e imponente, vestido siempre con su traje negro de oficina y su maletín de cuero, que no dejaba ni a sol ni a sombra.

No me saludó ni me miró abiertamente, como de costumbre. Me ignoró por completo mientras se desvestía, de espaldas a mí. Yo era tan de su propiedad como el resto de la casa, dado que así rezaba el contrato que yo misma había firmado. Por fin, y tras una tediosa espera, mi amo terminó de acomodarse en el piso. Se acercó a mí con paso firme y seguro y tras besarme en los labios con una fuerza inusitada en él, liberó la cadena que oprimía mi cuello.

- Gracias amo.- susurré humildemente y agaché la cabeza.
Él no contestó, se limitó a sentarse en la cama y a apartar el enorme dosel malva que la cubría, después me hizo un ligero gesto para que me acercara, me arrodillé frente a él y esperé pacientemente sus órdenes.

- Parece que te tengo bien enseñada. – me dijo, con su voz profunda y sensual.- Ahora pequeña...- continuó mientras se desabrochaba el pantalón y me dejaba ver su miembro erguido- ...ven aquí y dame la bienvenida como merezco.

- Si amo. – Contesté con voz clara. Me acerqué a él aún de rodillas y tomé su aparato entre mis manos. Estaba cálido y duro, suave y más que dispuesto para mí. Empecé despacio y únicamente con mis manos, moviéndolo de arriba abajo, después, de abajo arriba, y siempre con el mismo ritmo cadencioso y lento. Mi amo emitió un leve gemido de placer que hizo que mi sexo se estremeciera violentamente.

Poco a poco aumenté la velocidad de mis movimientos, dejando sólo trabajar a mi mano derecha, dado que la izquierda había bajado un poco más y ahora jugueteaba con sus dos bolas. Mi amo se estremeció durante un momento, y fue entonces cuando entendí que él podía querer algo más de mí y me introduje todo su miembro en la boca.

Mi amo gimió y llevó su mano a mi cabeza para así guiarme, enredó sus largos dedos en mi pelo y continué lamiendo su hinchado miembro sin una sola queja. Poco a poco mi amo me dejó libre albedrío, relajó su mano y se recostó en la cama. Aproveché ese momento y empecé a succionar la punta de su miembro, saboreándole en toda su plenitud, ya no con la inicial timidez sino con ansía y auténtico deseo.

No tardé en recibir una recompensa por mis trabajadas atenciones, me apartó de un empujón obligándome a permanecer tumbada sobre las frías baldosas del suelo, y tras abrirme con cierta brusquedad las piernas, metió dos dedos en mi humedad.


- Dios, estas chorreando...- me susurró quedamente mientras pasaba su lujuriosa lengua por mi cuello.

- G..Gracias amo- le contesté mientras movía mis caderas, restregandome contra su mano.

Esta vez fue casi tierno conmigo ya que me penetró lentamente y no con su habitual fiereza, dejando que me recreara con la sensación de tener su dureza en mi interior. Pronto empezó a moverse como él sólo sabía, imponiendo un ritmo rápido y seco que me volvía loca. Empecé a gemir suavemente mientras mordisqueaba el lóbulo de su oreja. Esa acción provocó que su miembro se alejara de mi para volver a entrar brusca y dolorosamente, arrancándome un grito de placer que tuvo consecuencias en su espalda, donde quedaron marcadas mis uñas. Sabía que él fin estaba cerca, yo me notaba desatada, repleta de lujuria y anhelo, mis pechos clamaban caricias y cada poro de mi piel irradiaba deseo. Y él no era diferente, su cuerpo se había estado tensando poco a poco y ahora sus gemidos delataban su propio placer. No tardamos en llegar al orgasmo, primero yo, que estallé en un cúmulo de sensaciones que me transportaron a otro mundo, y momentos después él, que sacó su miembro y terminó sobre mí, regando mi cuerpo con su espesa semilla.

Estuvimos varios minutos el uno junto al otro, sin hablar, disfrutando del momento compartido. Fue él quien rompió la calma al levantarse y darme un pañuelo con el que limpiarme, se había puesto de nuevo su fría máscara, por lo que mi limpié con premura y esperé.

- Te he traído un regalo. – Dijo, y me señaló un paquete envuelto en papel de vivos colores, que anteriormente había colocado sobre la mesa. – Hoy te has portado a la perfección pequeña, te lo mereces. Póntelo y nos iremos a cenar...

domingo, 21 de marzo de 2010

Platónicos! (2ª Parte)

Sigo sin quitarle ojo de encima cuando me percato que su mirada se cruza con la mía, me invade un calor que sube desde mi ombligo para depositarse todo en mis mejillas, ¡muy bien! Encima me pongo colorada, eso es, ayudando... Le sonrío como buenamente puedo a lo que él me contesta con una sonrisa que ni decir tiene que no se parece en nada a la mía, una sonrisa amable, sincera. La mía, en cambio, conlleva unos matices de histeria causados por la gran inseguridad que cargo encima. Termina con quien esta hablando y sin titubear se dirige hacia mí, ahí es cuando empiezo a saber realmente lo que significa estar nerviosa. Me saluda y cogiendo aire nuevamente, le devuelvo el saludo y sin percatarme como, comenzamos a debatir sobre mil cosas a las que ni por asomo pongo asunto… ¿porqué se acerca tanto?...

Puedo sentir su respiración acariciando sus palabras. Poco a poco, su "palique" se torna menos superficial, pasando a aspectos mucho más íntimos. Mis inquietudes van pasando a un segundo plano, no sé si por el notable acercamiento o por los dos cubatas que me tome de golpe antes, mientras mis ojos perseguían sus movimientos. O muchísimo peor, puede que sea por el conjunto de ambas. Mi inusual satisfacción llega hasta un punto que noto como su mirada coquetea con mi sonrisa, sus labios se tornan cada vez más apetecibles y su voz, más cautivadora. Esto deberá de significar algo, digo yo... si...¡Sí! No hay discusión, me esta cortejando, de alguna o de otra forma tiene que ser su forma de ligar. ¡Seguro!

A pesar de que intento mantener mi cara de interés máximo, mi cabeza divaga hacia algún lugar algo más romántico, mas íntimo, y creo oírle decir que conmigo sintió un flechazo, que  me desea desde el primer minuto al verme. La quemazón de mi cara empezó a descender hacia la parte más impúdica de mi cuerpo y mi deseo comenzaba a despertarse. No se cual fue el momento en el que la conversación se desvió, ni cual fue el tema que nos hizo llegar a un punto sin retorno. Lo único que recuerdo con total seguridad fue una frase que me hizo despertar de mi trance momentáneo...

- ¡Que gran amiga eres! Sé que puedo contar contigo para lo que sea…- me soltó junto a un abrazo de oso y un beso en las mejillas. En ese instante experimenté lo que significa, en sentido figurado, que me lanzaran encima una jarra de agua fría…

jueves, 18 de marzo de 2010

Platónicos! (1ª Parte)

Respiro profundamente, lo sé, lo siento. Puedo negarme mil veces y seguir así durante… sabe dios cuanto tiempo. Puedo hacer oídos sordos a esta sensación que había olvidado sentirla. ¿Como me puede poner tan nerviosa? ¿Pondré ojitos al mirarlo? ¡Dios! Me tengo que tranquilizar, esto es producto del cansancio, tiene que ser motivo de una pequeña enajenación mental y…¡debe de ser transitoria!… causada por todo el tiempo que estas pasando sola. ¡Si! ¡Eso debe de ser! No estés pensando en boberías y sigue con lo tuyo que ya tienes bastante.


Hago mentalmente la lista de la compra por cuarta vez para poder quitármelo de la cabeza cuando me doy cuenta que mientras intento persuadir a mi mente, mis ojos siguen su silueta, sus pasos, sus gestos… ¡Perfecto! Ese es el adjetivo que lo define, puede que no parezca el más guapo de cara a la galería, pero a mis ojos resulta bastante atractivo, con sus facciones relajadas que me transportan a un estado de total tranquilidad, su mirada bondadosa que suele camuflarla tras sus gafas de pasta negra y su sonrisa pícara que hace que mi mente vuele hasta mundos inimaginables.

¡Sí! ¡Es él! Y por más que intente mentirme, sé que poco a poco ésto, irá creciendo aunque no quiera darme cuenta. Porque yo soy así, enamoradiza. Soy de las que, aunque se definan como liberales, sueñan con un caballero andante que viene a salvarlas de cualquier peligro, solo por el mero hecho de honrar a su amada. Patética, lo admito, pero ¿quien manda dentro de sus “gustos”?...