miércoles, 21 de abril de 2010

-Difuso Aroma...-

Amaneció nublado y entraba por la ventana, cuyas cortinas se habían quedado sin correr, una luz fría. Dormía Yamam casi atravesado sobre la cama. Acaricié su pecho, que con la respiración subía y bajaba; pasé mis dedos por los pezones de sus tetillas: él sonrió en sueños y temblaron sus largas pestañas; seguí sus clavículas, que iban desde el hundido vértice del cuello hasta el hombro, sus costados que se ondulaban sobre las costillas, su ombligo... Nunca había visto el ombligo de Ramiro, o nunca me había interesado verlo; deposité un beso en el de Yamam, después de olerlo. Restregué mi mejilla contra su vello púbico; el pene yacía a un lado del escroto, en medio de los muslos entreabiertos. Descendí hasta un tobillo que brillaba en la parte más delgada de la pierna y llegué al pie, apenas deformado por los zapatos, con el dedo segundo más largo que el primero, como las estatuas griegas, con un empeine más alto de lo común, con una planta endurecida que rocé con la palma de mi mano... Después del amor y de la noche, olía su cuerpo a él. Su piel, ni demasiado fina ni demasiado clara, exhalaba un olor sano a sudor; sus ingles tenían un húmedo olor a semen que me recordaba al de las flores de la acacia; sus pies olían a algo levemente ácido, a punto de corromperse, pero no corrompido; sus sobacos, a esas charcas donde las hojas se amontonan en otoño. Me pregunté cómo somos tan insensatos que sustituimos estos olores naturales por otros idénticos que los disfrazan, y acerqué por fin mi nariz hasta su boca. Estaba entornada y salía por ella un aliento que respiré durante largo rato, sin tocarla con la mía para no despertarlo... Se me ocurrió que quizá era un sentimiento de ternura el que me hacia acercarme a aquel cuerpo dormido. No; no era la ternura: era el agradecimiento, la imperiosidad de conocerlo todo de él -todo lo que no engaña en un durmiente-, la profesionalidad del guerrero, que, entre una y otra batalla, pule y limpia y revisa las armas de las que dependerá pronto su vida...

2 comentarios:

  1. Qué evocadores son los olores... Personalmente me encanta el olor de las personas, de sus casas, de sus ropas (preferiblemente limpia), etc. Todo esos olores me ayudan a recordar las emociones que una vez me brindaron esas personas y que en ocasiones, a mi memoria no le da la gana recordar. Estoy completamente de acuerdo que avergonzarse del olor natural de cada persona (limpia) es una aberración y a la vez una lástima.

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  2. Gracias por tus comentarios Carlos, se q llego a responderte bastante tarde, disculpame, pero habia dejado en el olvido este pedacito de mi en la red.
    Gracias por dedicar algo de tu tiempo en leer las cosillas que he ido colgando en el blog, es un placer saber que alguien se interesa por tus emociones y pensamientos.
    Bsiiitos

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