jueves, 22 de abril de 2010

-...Deseos...-

- A cierta edad, un poco por amor propio, un poco por picardía, las cosas que más deseamos son las que más fingimos no desear.  Marcel Proust

- Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama  se desea, ni todo lo que se desea se ama. Cervantes

- Sólo es inmensamente rico aquel que sabe limitar sus deseos. Voltaire

- Lo mucho se vuelve poco con sólo desear otro poco más. Quevedo

- Sólo hay una fuerza motriz: el deseo. Aristóteles

- Disminuye el deseo de todas las cosas cuando la ocasión es demasiado fácil. Plinio "el Joven"

- El deseo nos fuerza a amar lo que nos hará sufrir. Marcel Proust

- No se desea lo que se desconoce. Ovidio

- ¡Mi único deseo es conocer el mundo y las comedias que en él se representan!.  Descartes

miércoles, 21 de abril de 2010

-Difuso Aroma...-

Amaneció nublado y entraba por la ventana, cuyas cortinas se habían quedado sin correr, una luz fría. Dormía Yamam casi atravesado sobre la cama. Acaricié su pecho, que con la respiración subía y bajaba; pasé mis dedos por los pezones de sus tetillas: él sonrió en sueños y temblaron sus largas pestañas; seguí sus clavículas, que iban desde el hundido vértice del cuello hasta el hombro, sus costados que se ondulaban sobre las costillas, su ombligo... Nunca había visto el ombligo de Ramiro, o nunca me había interesado verlo; deposité un beso en el de Yamam, después de olerlo. Restregué mi mejilla contra su vello púbico; el pene yacía a un lado del escroto, en medio de los muslos entreabiertos. Descendí hasta un tobillo que brillaba en la parte más delgada de la pierna y llegué al pie, apenas deformado por los zapatos, con el dedo segundo más largo que el primero, como las estatuas griegas, con un empeine más alto de lo común, con una planta endurecida que rocé con la palma de mi mano... Después del amor y de la noche, olía su cuerpo a él. Su piel, ni demasiado fina ni demasiado clara, exhalaba un olor sano a sudor; sus ingles tenían un húmedo olor a semen que me recordaba al de las flores de la acacia; sus pies olían a algo levemente ácido, a punto de corromperse, pero no corrompido; sus sobacos, a esas charcas donde las hojas se amontonan en otoño. Me pregunté cómo somos tan insensatos que sustituimos estos olores naturales por otros idénticos que los disfrazan, y acerqué por fin mi nariz hasta su boca. Estaba entornada y salía por ella un aliento que respiré durante largo rato, sin tocarla con la mía para no despertarlo... Se me ocurrió que quizá era un sentimiento de ternura el que me hacia acercarme a aquel cuerpo dormido. No; no era la ternura: era el agradecimiento, la imperiosidad de conocerlo todo de él -todo lo que no engaña en un durmiente-, la profesionalidad del guerrero, que, entre una y otra batalla, pule y limpia y revisa las armas de las que dependerá pronto su vida...

lunes, 19 de abril de 2010

-Diario d 1 Sclava-

La puerta se cerró con un golpe sordo que hizo que me estremeciera, no de temor ni frío, sino de una confusa expectación. Poco a poco la difusa figura de mi amo se hizo más nítida al entrar él en la habitación. Era tal y como lo recordaba, alto e imponente, vestido siempre con su traje negro de oficina y su maletín de cuero, que no dejaba ni a sol ni a sombra.

No me saludó ni me miró abiertamente, como de costumbre. Me ignoró por completo mientras se desvestía, de espaldas a mí. Yo era tan de su propiedad como el resto de la casa, dado que así rezaba el contrato que yo misma había firmado. Por fin, y tras una tediosa espera, mi amo terminó de acomodarse en el piso. Se acercó a mí con paso firme y seguro y tras besarme en los labios con una fuerza inusitada en él, liberó la cadena que oprimía mi cuello.

- Gracias amo.- susurré humildemente y agaché la cabeza.
Él no contestó, se limitó a sentarse en la cama y a apartar el enorme dosel malva que la cubría, después me hizo un ligero gesto para que me acercara, me arrodillé frente a él y esperé pacientemente sus órdenes.

- Parece que te tengo bien enseñada. – me dijo, con su voz profunda y sensual.- Ahora pequeña...- continuó mientras se desabrochaba el pantalón y me dejaba ver su miembro erguido- ...ven aquí y dame la bienvenida como merezco.

- Si amo. – Contesté con voz clara. Me acerqué a él aún de rodillas y tomé su aparato entre mis manos. Estaba cálido y duro, suave y más que dispuesto para mí. Empecé despacio y únicamente con mis manos, moviéndolo de arriba abajo, después, de abajo arriba, y siempre con el mismo ritmo cadencioso y lento. Mi amo emitió un leve gemido de placer que hizo que mi sexo se estremeciera violentamente.

Poco a poco aumenté la velocidad de mis movimientos, dejando sólo trabajar a mi mano derecha, dado que la izquierda había bajado un poco más y ahora jugueteaba con sus dos bolas. Mi amo se estremeció durante un momento, y fue entonces cuando entendí que él podía querer algo más de mí y me introduje todo su miembro en la boca.

Mi amo gimió y llevó su mano a mi cabeza para así guiarme, enredó sus largos dedos en mi pelo y continué lamiendo su hinchado miembro sin una sola queja. Poco a poco mi amo me dejó libre albedrío, relajó su mano y se recostó en la cama. Aproveché ese momento y empecé a succionar la punta de su miembro, saboreándole en toda su plenitud, ya no con la inicial timidez sino con ansía y auténtico deseo.

No tardé en recibir una recompensa por mis trabajadas atenciones, me apartó de un empujón obligándome a permanecer tumbada sobre las frías baldosas del suelo, y tras abrirme con cierta brusquedad las piernas, metió dos dedos en mi humedad.


- Dios, estas chorreando...- me susurró quedamente mientras pasaba su lujuriosa lengua por mi cuello.

- G..Gracias amo- le contesté mientras movía mis caderas, restregandome contra su mano.

Esta vez fue casi tierno conmigo ya que me penetró lentamente y no con su habitual fiereza, dejando que me recreara con la sensación de tener su dureza en mi interior. Pronto empezó a moverse como él sólo sabía, imponiendo un ritmo rápido y seco que me volvía loca. Empecé a gemir suavemente mientras mordisqueaba el lóbulo de su oreja. Esa acción provocó que su miembro se alejara de mi para volver a entrar brusca y dolorosamente, arrancándome un grito de placer que tuvo consecuencias en su espalda, donde quedaron marcadas mis uñas. Sabía que él fin estaba cerca, yo me notaba desatada, repleta de lujuria y anhelo, mis pechos clamaban caricias y cada poro de mi piel irradiaba deseo. Y él no era diferente, su cuerpo se había estado tensando poco a poco y ahora sus gemidos delataban su propio placer. No tardamos en llegar al orgasmo, primero yo, que estallé en un cúmulo de sensaciones que me transportaron a otro mundo, y momentos después él, que sacó su miembro y terminó sobre mí, regando mi cuerpo con su espesa semilla.

Estuvimos varios minutos el uno junto al otro, sin hablar, disfrutando del momento compartido. Fue él quien rompió la calma al levantarse y darme un pañuelo con el que limpiarme, se había puesto de nuevo su fría máscara, por lo que mi limpié con premura y esperé.

- Te he traído un regalo. – Dijo, y me señaló un paquete envuelto en papel de vivos colores, que anteriormente había colocado sobre la mesa. – Hoy te has portado a la perfección pequeña, te lo mereces. Póntelo y nos iremos a cenar...