[...]Ambos extremos del asfaltado se extendían hasta límites incalculables, de proporciones que coqueteaban con el infinito. El sol calaba en la vista y hacía aparecer espejismos de inexistentes humedades en las lejanías al mirar indiscriminadamente hacia donde fuera. El aire caliente penetraba en mis pulmones de una odiosa manera execrable.
Bajé un poco la vista e indiferentemente se posó en una pequeña hormiga negra que paseaba alrededor de mi pie. Absorto me limité a observarla inmóvil. Seguía su camino y sabía lo que tenía que hacer. No había nada ni nadie que turbara su afán, al menos por el momento. Bordeaba obstáculos y detectaba con sus antenillas las corrientes de viento que amenazaban con expulsarla a los aires en cualquier instante. Llegó hasta unos tallos de pasto silvestre que crecían a la orilla de la carretera y se perdió entre ellos.
Levanté la vista y aspiré profundo. Quise tragar saliva pero la resequedad de la boca me lo impidió de manera dolorosa, incluso el paladar se resintió. Tallé mis ojos pero no conseguí divisar nada. Moví la cabeza insistentemente pero tampoco obtuve ningún resultado. Intenté gritar pero mi garganta se desgañitó antes de proferir cualquier vago sonido que se asemejase a alguna palabra. Mordí mis labios pero no sentí dolor, más bien ayudé a mi sangre a circular sin pereza. Troné todos y cada uno de mis falanges y aún así no sucedió nada.
Caminé unos cuantos pasos hacia la derecha, pero regresaba al pensar que quizás mi camino estaba hacia la izquierda. Entonces caminaba hacia la izquierda otros cuantos pasos pero daba la media vuelta al pensar que tal vez mi camino era hacia la derecha. La indecisión atosigaba acuciando la locura y no lo podía soportar, pero mis pies siempre se han mostrado rebeldes ante mi cabeza y no se rendirían tan fácilmente en esta ocasión. Creo que tardaré demasiado en siquiera distinguir que no existe la izquierda y la derecha, que son solamente nuestros sentidos los que elaboran la gran mentira y nos la hacen creer a fuerza de autosatisfacción y seguridad. Un día, quizás algún día no muy lejano, deje de creer a mis sentidos y acepte la idea que todos los caminos, de una u otra manera, llegan al mismo fin.
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